pensar la imagen
sólo eso
tal vez sea lo interior que persiste del cuadro
del destierro como un lugar dentro de esa sombra
a la derecha
y es más que un rincón negro bordeando la cornisa
es una masa extendida cubierta
a nuestro lado todo el tiempo
eso que permanece oculto en la foto bajo la negritud
no lo conocemos tal vez sólo intuimos
superficies cubos infantiles con distintas formas que inundan
calles abiertas detrás del paredón materias en juego
nos arriman mientras corremos con la paleta
nos perdemos así bajo el rayo del mediodía que calcina en otoño
y permanecemos enterrados en ese indefinido umbral de luz
y es más que un rincón negro bordeando la cornisa
es una masa extendida cubierta
a nuestro lado todo el tiempo
eso que permanece oculto en la foto bajo la negritud
no lo conocemos tal vez sólo intuimos
superficies cubos infantiles con distintas formas que inundan
calles abiertas detrás del paredón materias en juego
nos arriman mientras corremos con la paleta
nos perdemos así bajo el rayo del mediodía que calcina en otoño
y permanecemos enterrados en ese indefinido umbral de luz
-18-
a veces me pregunto por qué sigo durmiendo a la intemperie
pasó la fiesta y aún sigo fijada a preguntas que nadie sabe
en este tendal sólo unos metros cuentan nos aísla
la bruma blanca y quieta por qué Dios sigo
con esta pátina cubriendo toda elasticidad
mis párpados se quiebran en la sombra
me pesan ahí dónde
clavé mi relieve
desnuda y arrodillada
En: Alejandra Aguirre, al ras.
I
En: Jorge Alarcón, Línea primitiva.
I
la frontera de la niña oruga es una larga senda de alcohol
su llama es una palabra que se enciende y deja rastros de bicicleta
una paciencia entre heridas se abre paso y aletea
esta niña en sus sandalias debe cruzar el agua de su menarca
ir más allá
a la densidad de luciérnagas que duermen
apoyar el pie en las humedades de la tierra, dar muchos pasos
su ombligo guarda miel para el viaje
en cada dedo una llave para abrir
las cinco puertas de la noche y las cinco puertas de la mañana
las estrellas se apagan, las cloacas florecen
la niña oruga no quiere salir a caminar.
resilencia
la infancia era una boca abierta
temblando contra la noche
así, la carne abierta en gajos de fruta machacada
la sed minando su surco sobre el tiempo
el sexo no fluye ni miente
el amor y la falta de lactosa
resurgir viene por su cuenta
amamantar lo es todo
ejercer el dominio sobre el propio cuerpo
lleva años de tropiezo.
En: Tania G. Olmedo, las grises.
Sur
En: Ignacio Gioia, Preferiría no haberlo hecho.
II
Milagrosamente salvamos una parte. Sólo te reclamo el manantial de madre en tiempo austero y las hojas que miran desde el charco, como miramos nosotros desde la bolsa de agua. Rastreando la costumbre me vaciaron los remolinos. ¿A dónde iremos con el musgo en los pies? Hoy también es la hora ventral, verde en el centro de las alucinaciones, un traje de mentiras colgado de las ramas, todo el muro en catarata sobre las raíces. ¿Y qué imaginamos cuando cruza nuestras frentes, dejándonos en la madrugada como insectos moribundos? Nos balanceamos en los mismos hilos, cada vez más cerca, sin chocar, cruzando apenas el pelo, las líneas de la mano. Una ronda líquida en el centro de la mesa puede hablarnos de la memoria. Entonces cantamos mirando tu corona, tu saliva ardiendo en cada plato, las agujas que chorrean hacia la garganta. ¿Será tu sangre impune en el dolor? Nadie me obliga a morir atenta.
VII
En: María Krill, el cuarto.
En estas quebradas calcinadas
¿qué rapsodia estampa el agujero
de piedra?
¿qué disparo hacia el ojo
fulgurando la noche?
No es la belleza de la órbita,
esa mano que imagina
su modo de ser movimiento.
La luz evanescente
recala en el instinto:
intemperancia auditiva de esos pájaros
en su simetría corpórea.
Ver, oír, tocar
¿Cuál es el órgano que blasfema?
¿Cuál el anzuelo?
Un pictograma que se desdobla:
albatros o alabastro
se difuminan como espuma
al dar de sí
su infinita
procedencia,
rasgo puro o blanco rasgo
que los contiene.
Las verbenas sobre el muro:
mandrágora que mancha lo nocturno,los roedores
se aproximan en su instante de desaparición.
Enlazan de amor,
frágiles reaparecen.
Es la humedad y su desplazamiento
en forma perpendicular,
su hambre de frutos,
aproximación repulsiva
que fuga la animalia hacia lo sagrado.
El muro, testigo y voyeur,
en su espacio compacto (sin ojos)
permanece inconmovible.
En: Victoria Palacios, Turbantes.
I
Y un poco antes vides salvajes
viejas hendiduras
desmonte de escenas
carne puesta al sol a producir
cuerpos alimentando la gula de la sombra
y lo insaciado
de la tierra que aún no les pertenece
III
Recordó la indiferencia aguda
palpando a lleno entre la poca
carne otra sumisión
bien huesudo el meneo frágil
para no negar ni ver
ese meneo ralo en la piel de
no lograr decir
supo así lo que otra vez fue hecho
agachó la cabeza
y
pasó la lengua a la tierra
haciendo el gesto voraz de lo concreto
En: Lucas Serra, primera tierra sin forma.
a veces me pregunto por qué sigo durmiendo a la intemperie
pasó la fiesta y aún sigo fijada a preguntas que nadie sabe
en este tendal sólo unos metros cuentan nos aísla
la bruma blanca y quieta por qué Dios sigo
con esta pátina cubriendo toda elasticidad
mis párpados se quiebran en la sombra
me pesan ahí dónde
clavé mi relieve
desnuda y arrodillada
En: Alejandra Aguirre, al ras.
I
Empezaré
distribuyendo
tres
fotos entre las hojas
y
diré que los sensores
que
reinan sobre mis hombros
fueron
objeto,
durante
años,
de
una extraña recurrencia,
que
como
una imagen estereoscópica
se
cernía a gran velocidad
en
partículas,
circos incendiados,
hundimientos…
nunca
pájaros ni lagos,
a
lo sumo un roce inconcreto
en
la borrasca ocular
o
en fin,
las
expiraciones propias
de
cualquier torbellino.
IV
Ninguna
conciencia,
ningún
océano oscilando en la conciencia,
ningún
intersticio que suavice
la
brutalidad central de la escena,
en
la que cosas y voluntades
giran
ciegamente,
impulsadas
por el propio despliegue
de
una lógica cuantitativa y demencial.
Ningún
contacto ya,
ninguna
entera mismidad en las calles,
sólo
disociaciones
continuas
de
las que brotan estos mismos gestos.
Y
mientras tanto,
enfermo
de simultaneidad,
camina
entre la gente
sin
poder captar las alusiones secretas del entorno
que
parecen ahora soslayar
la
existencia misma
de
la particularidad
y
el desencanto.
En: Jorge Alarcón, Línea primitiva.
Ella
decía,
“No
puedo darte más que amor”
y
citaba a Sartre sin saberlo. “No hay
peor
conciencia que una mala conciencia”, decía.
La
plaza de armas,
saltos
de rana para la hora de la siesta
en
el destacamento de Caleta Olivia, sobre el monte,
las
ostras del Mar de China no habían
concluido
su ciclo de gestación
la
noche que estuvimos en la playa.
Sus
piernas se anudaban
como
los tentáculos de una medusa
(y
a mí las neuronas
en
algún lugar perdido,
cuando
se da el clímax de tan Ella
subida
sobre mí).
Y
decía palabras al oído, atascando
el
fluír con sus jadeos, con la
música
de sus quejidos, arrojándome
el
mar de enero sobre la cabeza.
Un
amigo dice: “una suerte de Belvedere
al
que no se asoma nadie” . . .
o
tan sólo mis recuerdos. . .
“en
torno a un punto de mala conciencia”.
Y
es asì.
Compulsivo
del salto al vacío
El
hombre recuerda
lo
que pensaba el día
en
que el destino lo rozó:
los
remedios del espíritu
son
como el vino de los mitos,
consuelan
al que está en los límites
e
insubordinado se plantea
la
necesidad del salto.
En: William Anselmo, efectos personales.
XII
llama
azul de lino
y
abajo un sobrado pellejo
donde
retiembla el bañado
el
garrón se derrumba
haciendo
encharcada la pastura
y
toda huella un emplasto
un
bulto todo organismo
ovillo
de vísceras colmadas
será
lo que la ubre vacíe
salvaje
su buena leche
o
prodigue llenando corral
si
chascan rasgando las tijeras
en
una línea de esquila pobre
sigue
ardiendo
y ardiendo sin llamas
cuajando
un hocico manso
ojo
de agua
por
ojo de agua
tras
las pircas calcinadas
piedras
que encajan mejor
para
que en un maneo la tarde
se
apoye en el canto de la mano
su
resplandor venerado
una
reliquia que se cuida
bajo
la palma cuarteada
como
un mapa de cuero vivo
que
el vórtice en las testas
remoja
con sus rulos blancos
y
haciendo puntillas tiznadas sin patrón
a
destiempo el bailecito matrero
sigue
para
resolverse desnudo o degollado
el
fluido sacro del esfuerzo
abona
en el aire filoso
contra
el paisaje es una espada
y
dará su pelea respirando
y
cortará sin dudas cuando salga
En: Alejandro Castro, un portal de ovejas.
I
la frontera de la niña oruga es una larga senda de alcohol
su llama es una palabra que se enciende y deja rastros de bicicleta
una paciencia entre heridas se abre paso y aletea
esta niña en sus sandalias debe cruzar el agua de su menarca
ir más allá
a la densidad de luciérnagas que duermen
apoyar el pie en las humedades de la tierra, dar muchos pasos
su ombligo guarda miel para el viaje
en cada dedo una llave para abrir
las cinco puertas de la noche y las cinco puertas de la mañana
las estrellas se apagan, las cloacas florecen
la niña oruga no quiere salir a caminar.
resilencia
la infancia era una boca abierta
temblando contra la noche
así, la carne abierta en gajos de fruta machacada
la sed minando su surco sobre el tiempo
el sexo no fluye ni miente
el amor y la falta de lactosa
resurgir viene por su cuenta
amamantar lo es todo
ejercer el dominio sobre el propio cuerpo
lleva años de tropiezo.
En: Tania G. Olmedo, las grises.
Sur
todos los arboles del velódromo
flamean hacia el norte
el tren es un deseo eufórico
que pasa
y pasa
en intervalos repetitivos
los ciclistas del futuro
pedalean contra su propia maquinaria mental
todo círculo termina
donde comienza el recorrido
el susodicho toma mate
y mira el circuito como si no tuviera final
los roles de perseguido y perseguidor
se confunden invariablemente
yo camino al borde y mis ropas támbien
flamean al norte
aunque algo
me quiere detener
si escupo para adelante
le mojo la cara al pasado.
La prehistórica
una antena decodificando
el mensaje inerte que florece
algo fuera de norma
y las palabras se relacionan
como las personas
por cercanía o desesperación.
En: Ignacio Gioia, Preferiría no haberlo hecho.
II
Milagrosamente salvamos una parte. Sólo te reclamo el manantial de madre en tiempo austero y las hojas que miran desde el charco, como miramos nosotros desde la bolsa de agua. Rastreando la costumbre me vaciaron los remolinos. ¿A dónde iremos con el musgo en los pies? Hoy también es la hora ventral, verde en el centro de las alucinaciones, un traje de mentiras colgado de las ramas, todo el muro en catarata sobre las raíces. ¿Y qué imaginamos cuando cruza nuestras frentes, dejándonos en la madrugada como insectos moribundos? Nos balanceamos en los mismos hilos, cada vez más cerca, sin chocar, cruzando apenas el pelo, las líneas de la mano. Una ronda líquida en el centro de la mesa puede hablarnos de la memoria. Entonces cantamos mirando tu corona, tu saliva ardiendo en cada plato, las agujas que chorrean hacia la garganta. ¿Será tu sangre impune en el dolor? Nadie me obliga a morir atenta.
En la penumbra de los descuidos buscamos tu fuente de jugo triste. Estamos flotando. La nieve oculta debajo de la alfombra retoños y pulsaciones.
VII
En todos los inviernos cerramos los brazos. Descarne de la transformación. Sé que merodean los salvajes, que sus guaridas están vacías. Bajaremos juntos por la sombra del árbol, abandonados en las mismas palabras. Él dirá mi nombre, yo la nombraré a ella, ella volverá a llamar, círculo de identidad entre seres distintos. Jadeo, aullidos, quejas de sobresalto, fieras extinguidas pero al acecho. En todos los inviernos la misma celda. Atrapar al otro primero, que es uno. Al que le sigue, que vuelve a ser uno en el otro. Historia repetida como el goteo en el techo de la fría estación. Después esperaremos el viento, en la puntual cena, como un puntual tren que vendrá, que barrerá el pan sobre la mesa, los dientes apretados, la turbulencia del mantel. Devorará todo a su paso: las delicadezas, las mentiras piadosas, un amanecer en dudas, la humillación, el pensamiento, lo irreconocible, las certezas. Y dejará el miedo como memoria, como alimento único sin piedad en las bocas congeladas. En todos los inviernos bajamos los brazos. Los inexpertos del amor en la casa desolada vacían el hambre en las grietas oscuras de su dependencia.
En: María Krill, el cuarto.
En estas quebradas calcinadas
¿qué rapsodia estampa el agujero
de piedra?
¿qué disparo hacia el ojo
fulgurando la noche?
No es la belleza de la órbita,
esa mano que imagina
su modo de ser movimiento.
La luz evanescente
recala en el instinto:
intemperancia auditiva de esos pájaros
en su simetría corpórea.
Ver, oír, tocar
¿Cuál es el órgano que blasfema?
¿Cuál el anzuelo?
Un pictograma que se desdobla:
albatros o alabastro
se difuminan como espuma
al dar de sí
su infinita
procedencia,
rasgo puro o blanco rasgo
que los contiene.
Las verbenas sobre el muro:
mandrágora que mancha lo nocturno,los roedores
se aproximan en su instante de desaparición.
Enlazan de amor,
frágiles reaparecen.
Es la humedad y su desplazamiento
en forma perpendicular,
su hambre de frutos,
aproximación repulsiva
que fuga la animalia hacia lo sagrado.
El muro, testigo y voyeur,
en su espacio compacto (sin ojos)
permanece inconmovible.
I
Y un poco antes vides salvajes
viejas hendiduras
desmonte de escenas
carne puesta al sol a producir
cuerpos alimentando la gula de la sombra
y lo insaciado
de la tierra que aún no les pertenece
III
Recordó la indiferencia aguda
palpando a lleno entre la poca
carne otra sumisión
bien huesudo el meneo frágil
para no negar ni ver
ese meneo ralo en la piel de
no lograr decir
supo así lo que otra vez fue hecho
agachó la cabeza
y
pasó la lengua a la tierra
haciendo el gesto voraz de lo concreto
En: Lucas Serra, primera tierra sin forma.
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